Tercer Domingo de Pascua. C
En este domingo de Pascua, el Evangelio nos lleva a la orilla del lago, donde Jesús resucitado se aparece a los discípulos mientras pescan. Después de una noche sin frutos, Jesús les indica dónde echar las redes, y el resultado es una pesca abundante. Esta escena nos recuerda que, cuando caminamos con Cristo y escuchamos su voz, todo cobra sentido y nuestros esfuerzos dan fruto. A veces nos sentimos vacíos, cansados, sin ver resultados… pero cuando dejamos que sea Él quien guíe nuestra vida, ésta se llena de esperanza y fecundidad. Jesús no se impone, sino que espera en la orilla, nos invita a confiar, y luego nos prepara el desayuno como un amigo cercano que cuida de nosotros.
Pero el momento más emocionante llega cuando Jesús le pregunta a Pedro tres veces: “¿Me amas?”. No lo hace para reprocharle su negación, sino para sanar su corazón y devolverle la confianza. Es un diálogo que también quiere tener con nosotros. Cuando nos sentimos frágiles o caemos, Jesús no nos rechaza: nos levanta, nos mira con amor, nos perdona y nos vuelve a enviar al mundo. A Pedro le da una misión, como también nos la da a cada uno de nosotros: cuidar a los que tenemos cerca, acompañar a los que sufren, ser testigos de su amor en la vida diaria… Hoy, Jesús te mira con ternura y te pregunta: “¿Me amas?”. Ojalá podamos decirle, como Pedro: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.