Parroquias: Herbón
«En el mes de junlio de seiscientos y siete visité esta iglesia, la qual es aneja a la Colegial de Padrón. Tiene quarenta feligreses. Dan los canónigos a un capellán que sirve dos iglesias que hay en esta feligresía veinte ducados y pie de altar.
Valen los fructos a los canónigos ciento y treinta ducados. En este estuvo el monasterio de recoletos franciscos, que llaman Santo Antonio, el qual es muy devoto y está bien regalado.
Ermitas. Hay una ermita de Nuestra Señora questá junto a la granja del Canónigo, Pedro García, digo que la hermita se llama Santa Cruz.
Cofradías. Una de Nuestra Señora.»
(Cardenal Jerónimo del Hoyo, 1608)
El convento de san Antonio de Herbón, de Menores Observantes, plantel de misioneros celosísimos y célebre por las austeridades y santidad de vida de los varones apostólicos que en todos tiempos poblaban sus silenciosos claustros. Fue fundado, a fines del siglo XIV por fray Gonzalo Mariño, pariente del primer conde de Altamira, quien dejó sus ricos estados y las comodidades de su nobilísima casa por el humilde sayal franciscano, que, como sabemos tomó en el convento de san Lorenzo de Compostela, del cual puede ser considerado como segundo fundador. Poco tiempo después, se encerraba también en aquellos claustros y vestía el hábito de la estrecha observancia el célebre Juan Rodríguez del Padrón, que al despedirse del mundo y de sus falsos placeres y prepararse para una vida de oración y penitencia, lloraba los deslices de su juventud en la siguiente canción, llena de dulce melancolía:
Fuego del divino rayo,
dulce flama sin ardor,
esfuerzo contra desmayo
consuelo contra dolor,
alumbra a tu servidor.
La falsa gloria del mundo
e vana prosperidat
contemplé;
con sentimiento profundo
el centro de su maldat
penetré.
El canto de la sirena
oya quien es sabidor;
la cual, temiendo la pena
de la fortuna mayor,
plañe en el tiempo mejor.
Así yo, preso de espanto,
que la divina virtud ofendí,
comienzo mi triste planto
faser en mi ieventud,
desde aquí;
los desiertos penetrando
de con esquivo clamor
pueda, mis culpas llorando,
despedirme sin temor,
de falso placer é honor.
FIN
Adios, real esplendor
que yo serví et loé
con lealtat;
adiós, que todo el favor
e cuanto de amor fablé
es vanidat.
Adiós, los que bien amé;
adiós, mundo engañador,
adiós donas que ensalcé
famosas, dignas de loor:
Orad por mí pecador.
Al mencionar á Juan Rodríguez, viénese naturalmente a la memoria el nombre de su paisano y amigo, el celebrado cuanto infeliz escudero del marqués de Villena, Macías, á cuyo recuerdo dedicó el mismo Juan Rodríguez las tiernas endechas siguientes:
Si te place que mis días
yo fenezca malogrado
tan en breve;
pleguete que con Macías
ser merezca sepultado.
Y decir debe
de la sepultura sea:
“Una tierra los crió,
una muerte los llevó;
una gloria los posea”.