II Domingo de Pascua
El Evangelio del segundo domingo de Pascua, conocido como domingo de la Divina Misericordia, nos presenta el conmovedor encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos, donde especialmente destaca la figura de Tomás. Este apóstol, marcado por la duda, representa también nuestras propias incertidumbres y miedos frente a la fe. Jesús, lejos de reprocharle, se acerca con ternura, ofreciéndole tocar sus heridas para ayudarlo a creer. Así, en este hermoso gesto, Cristo nos revela la inmensa misericordia de Dios, que nunca se cansa de buscarnos y esperarnos, incluso en medio de nuestras dudas y fragilidades.
Precisamente esta misericordia divina es la que con tanto cariño y claridad proclamó siempre el Papa Francisco, recientemente fallecido, quien solía decir que «Dios nunca se cansa de perdonar; somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón». Inspirados por su ejemplo, este domingo renovemos nuestra confianza en el amor inagotable de Jesús, quien sigue llamándonos a abrirle nuestro corazón con sencillez y confianza. Que, como Tomás, podamos exclamar con emoción y alegría: «¡Señor mío y Dios mío!», reconociendo que Él está vivo y nos acompaña siempre con su amor y su infinita misericordia.