Parroquias: Iria
Con sus torres piramidales y escalonadas, con su graciosa puerta entre románica y ojival, con su cementerio acostado á la sombra del santuario, que parece vela el sueño de aquellos cuyas almas atravesaron los umbrales de la eternidad.
Desde los primeros siglos de la era cristiana hasta los últimos del undécimo fue aquella iglesia sede episcopal, que honraron con su ciencia, virtud y santidad muchos prelados insignes. En tiempo de Miro, rey católico de los suevos(569-583), ocupaba la cátedra iriense el obispo Andrés, que se distinguió mucho en los concilios de Lugo y de Braga. Al III de Toledo (589), en el que abjuró los errores de la herejía el gran Recaredo y su mujer, la reina Bada, juntamente con toda la nación de los godos, asistió el obispo Domingo. Samuel suscribe las actas del IV de los sínodos celebrados en la imperial ciudad, que presidió san Isidoro, arzobispo de Sevilla (633); Gotomarco asistió al VI (638), y VII (646). Entre los firmantes del VIII concilio toledano aparece Sindigis, vicario de Vincible, obispo iriense, cuya voz tomó en tan augusta asamblea. Finalmente, Idulfo Félix estuvo presente en los concilios XII (681) y XIV (688); antes había asistido también al III de Braga (675). A Idulfo Félix sucedió Selva y a éste, Leosindo, en cuyo pontificado cayó la mayor parte de la Península bajo el yugo agareno. “La invasión -escribe el P. Flórez, traduciendo casi literalmente un privilegio concedido por Ordoño II á la basílica compostelana 915-, de los sarracenos, que tantos daños ocasionó á España en diferentes pueblos, se enardeció menos contra Galicia, por ser de los más septentrional del continente. Iria, como última ciudad episcopal por aquella parte, logró no ser oprimida por los bárbaros, y buscando seguridad algunos de los prelados que no pudieron subsistir en sus iglesias, acudieron á ella como puerto, y el Iriense los recogió como padre, atendiendo á su mantenimiento con asignación de algunas decanías, cuyos productos les sirviesen de sustento, mientras la piedad divina, compadeciéndose de la piedad de sus siervos les restituía las iglesias.
Seis obispos ocuparon la cátedra iriense entre Leosindo y Teodomiro, aquel santo prelado, en cuyo tiempo se descubrió el Sepulcro del glorioso Patrón de las Españas; y desde entonces, al título iriense unían aquellos prelados los de sacerdotes apostólicos de Santiago, gobernadores del lugar apostólico, regentes de la Cátedra apostólica. El primero que, por concesión de Urbano II (5 de diciembre de 1095), firmó solamente obispo de Santiago, fue D. Dalmacio, decimonono sucesor de Teodomiro en la Cátedra iriense, á la que, había sido elevado desde los claustros de Cluni.
De la fábrica primitiva, nada absolutamente se conserva. La puerta principal, de abocinados arcos ojivales, con columnas románicas, no pasa del siglo XIII. Y es la única antigüedad que allí respetó el tiempo, fuera de los sepulcros de la capilla mayor. Todo lo demás data de los primeros años del siglo XVII, en cuya época fue reedificado el templo, á expensas del arzobispo D. Fray Antonio de Monroy, cuyo escudo de armas allí se ve.
También desaparecieron hasta los cimientos del palacio que para morada del prelado y cabildo de aquella iglesia empezó el obispo iriense Lucrecio y concluyó su sucesor Andrés, si era auténtica la siguiente inscripción que se leía en los umbrales de la puerta: “Domus episcoporum inchoauit Lucretius, septimus episcopus iriensis, perfecit Andreas, Miro regnante, aera 610” (Lucrecio, séptimo obispo de Iria, empezó la fábrica de las casa de los obispos y las concluyó Andrés, en el reinado de Miro, era 610). Ampliado, mejor dicho, reedificado desde los cimientospor D. Diego Peláez, apenas conservaba a fines del siglo XVI otra cosa que derruídas paredes, entre las cuales se guarecían de noche gentes de mal vivir, por cuya razón mandó destruirla enteramente la Real Audiencia de Galicia (1600).
En cuanto á la iglesia, que restauró casi desde los cimientos el obispo Cresconio, con la traslación de la sede episcopal á Santiago quedó casi abandonada hasta que D. Diego Gelmírez, deseando devolverle parte de su esplendor antiguo, hizo en ella algunas obras de restauración é instituyó un cabildo, compuesto de doce eclesiásticos, presididos por un prior, que debían celebrar los divinos oficios y vivir en comunidad; á cuyo efecto, el magnánimo arzobispo, inspirado en piadoso espíritu de caridad, señaló rentas suficientes. Cuando, á consecuencia del Concordato de 1851, fue suprimida la colegiata de Iria, que tenía el título de segunda silla compostelana, su cabildo constaba de un vicario, nueve canónigos, cuatro capellanes mayores, cinco menores y competente número de ministros. Hoy está convertida en iglesia parroquial.
Pasada la puerta principal, el peregrino debe detenerse al llegar al primero de los pilares que separan la nave principal de la del lado de la epístola. Allí, al oeste del altar de San Roque, hay enterrados los cuerpos de veintiocho prelados de aquella y de otras diócesis, que se refugiaron en Iria en tiempo de la invasión agarena. Una tradición inmemorial los considera como santos; y Gelmírez en una escritura del año 1134, habla de los cuerpos santísimos de veintiocho pontífices que descansan allí.
Al pie de esta misma nave se ve la pila bautismal; en el muro, los altares dedicados a San Roque y a San Pedro de Mezonzo; y en el fondo, el de san Martín. Cerca de este último altar ábrese en la pared la capilla fundada en el siglo XVII por don Alonso de la Peña y Rivas, natural de Padrón y obispo de Quito, que es el nombre que la capilla lleva. El altar está dedicado á san Ildefonso.
En el altar mayor venérase una antiquísima imagen bizantina de piedra, que representa á la Virgen en trono de nubes, apareciéndose al Apóstol Santiago y animándole á predicar la fe a los españoles. Una tradición inmemorial asegura que en efecto en este mismo sitio recibió el santo Patrón de las Españas la visita de la Madre de Dios, abogada especial de esta nación predilecta suya.
El sepulcro, antiquísimo también, que hay en el presbiterio, al lado de la epístola, contiene los despojos mortales de un santo obispo iriense. El epitafio dice así: Aquí yace entero el cuerpo de un obispo de esta Sancta Iglesia. Efectivamente se conserva incorrupto. La última vez que se abrió el sarcófago fue en presencia del Emmo. Sr. D. Miguel García Cuesta. Es singular la devoción que se profesa en todos aquellos contornos á o Corpo Santo, á cuya intercesión muchos se creen deudores de haber recobrado la salud perdida o recibido algún beneficio especial. No es raro ver postradas frente al sepulcro madres que llegan allí desde Rianjo, Noya y otros pueblos más distantes acompañando a sus pequeñuelos enfermos, cuya salud esperan con viva fe. Otros van a dar gracias por haberla alcanzado.
Frente al sepulcro do Corpo Santo, en el lado del evangelio, está el del arzobispo de Santiago D. Rodrigo de Luna (1450-1460), sobrino del célebre privado de Don Juan II, con su busto y el epitafio siguiente, que el agradecimiento dictó á uno de sus familiares: Sepultura del reverendísimo señor don Rodrigo de Luna. Falleció en el mes de Iulio año 1460. Esta obra mandó hacer el honrado don Pedro de Soto, cardenal y criado de su reverendísima señoría.
Los altares de la nave del evangelio están dedicados, el colateral al Espíritu Santo y el del muro septentrional á San Rosendo, obispo de Iria. En este mismo muro, entre ambos altares, ábrese la moderna capilla del sagrario, en cuyo retablo se venera la Virgen Santísima de Belén.
Hasta el año de 1676 había colocados en medio de las naves algunos sepulcros de prelados de esta diócesis. Como embarazasen demasiado para las procesiones claustrales, mandó el arzobispo D. Andrés Girón, que se quitasen de allí, con objeto de dejar libre el paso. Al dar cumplimiento á esta disposición, hallóse en uno de ellos, situado debajo de la escalera que sube al coro, un cuerpo incorrupto, á pesar de estar todo él cubierto de cal. Estaba amortajado con hábito como de franciscano. Tenía la cabeza inclinada del lado izquierdo, los dientes muy limpios, blanca la nariz y labios, el pelo rojo, las manos cruzadas sobre el pecho, y debajo de la derecha, papeles ya casi destruidos, uno de los cuales contenía algunas letras y tres escudos con lacre y oblea. En otro sepulcro se leía, según Huerta, el nombre del obispo Agatio y la era de 483 (año de 445).
(José M. Fernández Sánchez y Francisco Freire Barreiro, 1885)