Domingo XXVI del Tiempo Ordinario B
El Evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre la apertura y la inclusión en la misión de Cristo. Es Jesús mismo quien corrige a sus discípulos, que pretendían impedir la acción de una persona que, aunque no formaba parte de su grupo cercano, realizaba milagros en su nombre. Aquí Jesús nos muestra que el bien puede surgir de distintas personas y contextos, y que no debemos cerrar las puertas a quienes obran el bien, aunque no sigan nuestras mismas tradiciones o no pertenezcan a nuestro entorno. Esta llamada a la apertura nos recuerda que Dios puede actuar a través de diversas personas, y que no somos los únicos depositarios de su gracia.
Además, Jesús subraya la gravedad de escandalizar o dañar la fe de los más pequeños, los más vulnerables. Utilizando imágenes fuertes y radicales, nos enseña que debemos eliminar de nuestras vidas todo aquello que nos aparta de Dios, incluso si es difícil o doloroso. Esto nos interpela a vivir de manera coherente con el Evangelio, buscando siempre la santidad, conscientes de que nuestras acciones pueden influir en los demás, especialmente en los más débiles. En un mundo lleno de distracciones y tentaciones, el llamado a cortar aquello que nos aleja de la vida eterna es un desafío a la conversión personal constante y sincera.