Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, B
El pasaje del Evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre la esperanza cristiana en medio de las dificultades y tribulaciones de la vida. Jesús habla de un futuro de transformación radical, donde incluso el sol y la luna perderán su luz y las estrellas caerán. Sin embargo, este mensaje no debe ser motivo de miedo, sino de esperanza, ya que nos asegura que, en medio del caos, vendrá el Hijo del Hombre con gran poder y majestad para reunir a sus elegidos. Este regreso de Jesús es una promesa de salvación definitiva, una respuesta al sufrimiento y la injusticia, y la afirmación de que el Reino de Dios se instaurará en su totalidad.
La enseñanza que Jesús ofrece a sus discípulos a través de la parábola de la higuera nos recuerda que, aunque el momento exacto de su regreso es incierto, debemos estar siempre preparados y vigilantes. Así como las señales de la naturaleza nos indican la llegada del verano, los acontecimientos del mundo y la vida cristiana deben ser señales que nos orienten hacia la cercanía de Dios. La firmeza de sus palabras, que perduran más allá del cielo y la tierra, nos invita a confiar plenamente en su promesa, sin dejarnos llevar por las dudas o el temor, pues el Padre es quien tiene el control de los tiempos y las estaciones de nuestra vida.