Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, B
En este evangelio, Jesús nos plantea una pregunta crucial: «¿Quién decís que soy yo?». Esta no es una pregunta superficial ni retórica, sino que exige de cada uno de nosotros una respuesta sincera y personal. No podemos conformarnos con respuestas aprendidas o frases repetidas sin reflexión. Jesús invita a sus discípulos a ir más allá de lo que otros piensan o dicen sobre Él, y les pide una confesión auténtica de su fe. Pedro, con convicción, reconoce a Jesús como el Mesías, pero su comprensión está aún marcada por una visión humana. Jesús les enseña que ser el Mesías no es sinónimo de poder o gloria terrenal, sino de entrega total, de cargar la cruz y seguirle en un camino de sufrimiento y redención.
Hoy, esta misma pregunta nos la hace a nosotros: «¿Quién soy yo para ti?». No basta con responder desde el conocimiento teórico o lo que hemos escuchado, sino que se nos pide una respuesta que transforme nuestra vida. Confesar a Jesús como Señor significa que nuestra vida debe alinearse con su voluntad, debe reflejar el compromiso de seguirle, de ser constructores de paz y de bien, aun en medio de las dificultades. Jesús nos invita a pensar como Dios, no desde nuestras limitaciones humanas, sino desde la lógica del amor y la entrega. En esta reflexión sincera y profunda, se esconde el desafío de adecuar nuestra vida a la respuesta que le damos, un desafío que nos impulsa a vivir con coherencia y fidelidad a lo que creemos.