VI Domingo de Pascua B
En el Evangelio de Juan, capítulo 15, Jesús nos revela la esencia de su mensaje y misión: el amor incondicional. En sus palabras, «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor», Jesús establece un modelo de amor divino, un amor que no busca beneficio propio sino que se entrega completamente. Este amor se manifiesta plenamente en la disposición de dar la vida por los amigos, un acto que Jesús cumplirá en la cruz. Al igual que en las primeras comunidades cristianas, hoy estamos llamados a vivir este amor radical en un mundo que a menudo prioriza el individualismo sobre la comunidad y la solidaridad. La invitación de Jesús a permanecer en su amor es también un llamado a vivir en obediencia a sus mandamientos, los cuales se centran en la práctica del amor fraterno.
Por otro lado, los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo la comunidad primitiva enfrentó el desafío de expandir el mensaje de Jesús más allá de las fronteras judías, abrazando a los gentiles sin imponerles las cargas de la ley judía. Este momento de discernimiento y apertura, ilustrado en la decisión de Pedro de bautizar a los gentiles que recibieron el Espíritu Santo, refleja una comprensión profunda de que el evangelio es universal y no conoce barreras étnicas o culturales. En el contexto actual, este relato nos insta a superar nuestras propias barreras y prejuicios, reconociendo que el amor de Dios es inclusivo y transformador. La Pascua, entonces, se convierte en una celebración continua de la ruptura de barreras y de la llamada a vivir un amor que trasciende todas las divisiones humanas, recordándonos que somos un solo pueblo bajo el amor salvífico de Cristo.