IV Domingo de Adviento C
Este pasaje del Evangelio según san Lucas nos introduce en un momento lleno de profundidad teológica y espiritual: el encuentro entre María e Isabel, que representa el encuentro entre las promesas de Dios y su cumplimiento. María, recién acogida la misión divina de ser la Madre del Salvador, no se queda quieta, sino que se pone en camino con diligencia hacia las montañas. Este gesto nos habla de la actitud del creyente que, al recibir el don de Dios, se abre al servicio y a la comunión con los demás. María lleva en su seno al Hijo de Dios y, al llegar, su saludo llena de gozo y Espíritu Santo a Isabel, mostrando cómo la presencia de Cristo transforma y llena de alegría la vida de quienes lo acogen.
Por otro lado, la exclamación de Isabel, inspirada por el Espíritu Santo, resalta dos elementos fundamentales de la figura de María: su bendición como Madre de Dios y su fe inquebrantable en la palabra del Señor. Isabel reconoce en María a la “Madre de mi Señor”, afirmando la divinidad de Jesús desde el seno materno. Además, proclama la dicha de María como modelo de fe, porque ha creído en el cumplimiento de las promesas divinas. Este encuentro nos invita a contemplar la fe de María como un ejemplo para nuestra propia vida: creer, confiar y actuar con prontitud ante los llamados de Dios. Así, este pasaje es una invitación a vivir el Adviento con esperanza, alegría y disposición para recibir a Cristo y compartir su presencia con los demás.