3º Domingo de Cuaresma B
Este tercer domingo de Cuaresma, nos enfrentamos nuevamente a la poderosa narrativa de Juan 2, 13-25, donde Jesús purifica el Templo, un acto que resuena profundamente en nuestro camino cuaresmal hacia la renovación y la conversión. La acción de Jesús de expulsar a los vendedores y cambistas del Templo no es simplemente una muestra de autoridad divina o de indignación moral; es una invitación a reflexionar sobre la pureza de nuestra fe y la sinceridad de nuestra adoración. Al igual que el Templo se había convertido en un lugar de transacciones comerciales, nuestras vidas, saturadas de distracciones y preocupaciones mundanas, pueden alejarnos del verdadero propósito de nuestra existencia: vivir en comunión con Dios y con los demás. Este pasaje nos desafía a examinar las «mesas» que necesitan ser volcadas en nuestros corazones para hacer espacio a una relación más auténtica y comprometida con lo divino.
La enseñanza de Jesús sobre la destrucción y reconstrucción del templo, aludiendo a su resurrección, amplía nuestra comprensión de la presencia de Dios no solo en lugares sagrados, sino también dentro de nosotros, transformando nuestro ser en un templo vivo del Espíritu Santo. Esta perspectiva nos empuja a llevar una vida que refleje la presencia de Dios en cada acción, palabra y pensamiento, trascendiendo los límites físicos de la adoración para encontrar a Dios en la cotidianidad de nuestra existencia. Nos recuerda que nuestra fe debe ser vivida activamente, buscando a Dios no solo en los templos de piedra, sino en el amor al prójimo, en la justicia, y en la misericordia, convirtiendo cada encuentro y cada espacio en un lugar de encuentro sagrado con lo divino. Así, este pasaje bíblico nos invita a reflexionar sobre cómo podemos ser verdaderos templos del Espíritu, llevando la luz de Cristo a cada rincón de nuestras vidas y del mundo.